miércoles, 19 de mayo de 2010

Comarca de Burgo de Osma: Castillo de Gormaz (IV)

Una vez hubimos resuelto la comida (ya contada en JonyMao Travel) había que ponerse en marcha de nuevo hacia el siguiente objetivo, uno de los más esperados y que a la postre satisfizo absolutamente las expectativas depositadas en él: el Castillo de Gormaz, que llegó a ser la mayor fortaleza europea de su época. De él diría el catedrático Luis Díez del Corral "Nada hay ni hubo en la Europa del siglo X, que de lejos pudiera compararse con Gormaz".
Durante el camino de ida hacia el municipio de Gormaz mis ojos no dejaban de posarse en las vides podadas no hace mucho y bajo las cuales se amontonaban las ramas retiradas, en ocasiones ya engavilladas. Pese a ser objeto de mofa primero y de reprimendas después, en mi mente no había lugar para nada que no fuera el cenar esa noche una buena parrillada con sarmientos y, que el dueño del campo me perdone, poco antes de llegar al pueblo tuve que parar y apañarme una gavillita. Una vez hubo ésta entrado en el maletero de la furgo, las mofas y reprimendas se convirtieron en gestos de interesada amistad.

Interrumpimos nuestro ascenso en Gormaz para hacer un breve descanso tomando un café y comprobar en nuestras carnes lo bien que funcionaba la estufa de leña que calentaba el ambiente en el bar del pueblo. Habría unos 10-12ºC en la calle y estábamos en camiseta y pasándolo mal en el interior del establecimiento. Y aún nos decía el orgulloso dueño, que esa no tiraba igual de bien que la que tenía en casa de auténtico hierro fundido.
Estuvimos charlando un rato con él manifestando nuestras intenciones de visitar el castillo y la ermita y nos desveló que precisamente él era el encargado de enseñar ésta última, pero que no podía hacerlo mientras tuviese gente en el bar. Nos convido a visitar primero el castillo y si después estaba libre nos guiaría gustosamente, así que subimos hasta el punto más alto de la zona y base de la impresionante construcción.

Construido sobre un cerro cretácico de planta alargada, la fortaleza califal de Gormaz se convirtió en origen y bastión de numerosos ataques de las tropas árabes sobre tierras cristianas. Fue mandada levantar por orden del general Galib en tiempos del califa Al-Haquem II sobre los restos de un castillo anterior, entre los años 956 y 966. Ejecutado casi en su totalidad por sillares labrados, cuenta (o contaba) con dos zonas diferenciadas separadas por un foso, hoy cubierto: el alcázar y el recinto amurallado.

En el alcázar encontraremos la torre de Almanzor del siglo X, la sala de armas y la Torre del Homenaje que hace de puerta de entrada al alcázar, una poterna califal hacia el norte y los restos de un aljibe. En el recinto amurallado, de unos 446 metros de largo y 60 de ancho, se asentaba la tropa, las caballerizas, los almacenes y una alberca de planta cuadrada de grandes dimensiones excavada en la roca. Cuenta con varias poternas hacia el norte y la fabulosa puerta califal con alfiz en un cuerpo, formado por dos torres unidas y con un segundo arco interior.
Mientras nos acercábamos a pie (de hecho, ya desde que te acercas por la carretera y lo ves en el horizonte) nos dábamos cuenta de la colosal obra de ingeniería que tuvo lugar para levantar el castillo. Al subir por la rampa de acceso, los lienzos que se levantan hasta 10 metros desde el suelo, dan ya una primera y fiable impresión de las medidas de los que vas a encontrar en el interior.

Nos acercamos primero hacia una parte casi totalmente derruida en la parte Norte del recinto, donde perdimos un buen rato tomando fotografías y alucinando con el paisaje que se formaba por la acción de los campos y del propio castillo sobre el cerro.

No es difícil dejar volar la imaginación hacia tiempos pasados, en plenas guerras entre moros y cristianos que tuvieron en este escenario un punto clave y recrear los momentos que se pudieron suceder en él. La visión de esos muros, las colinas y la vasta extensión de terreno que abarcan nuestros ojos nos sitúan en mitad de una cruzada imaginaria. Los arqueros disparando sus flechas, las armas de largo alcance intentando penetrar los muros de la fortaleza, miles de soldados de infantería avanzando hacia las altas paredes,...

Visitamos después el alcázar, suficientemente bien conservado como para adivinar todas las partes en las que se divide. Las recorrimos de arriba a abajo imaginando las dependencias califales y los armeros trabajando para dejar a punto todo el armamento del que se disponía.

Pudimos observar la poterna califal que quizá en alguna escaramuza complicada tuvo que ser usada por algunos de sus moradores para escapar de la fortaleza sin ser vistos.

Dejamos para el final la parte del recinto amurallado de la que teníamos la impresión que no nos iba a causar el mismo impacto que el alcázar. Sin embargo al volver hacia esta zona y detenernos un poco más en su observación, su propio tamaño ya te deja con la boca abierta. Su estado no es tan bueno como el de los restos que acabábamos de ver pero aún se intuyen algunas de las formaciones que alojó, como la alberca y sus dependencias.

Pero hay un elemento que destaca por encima del resto por su arquitectura especial. Se trata de la puerta califal. En nuestro caso y en las circunstancias de aquel día, brilló con luz propia, más que por su interés arquitectónico o histórico, por la corriente de aire que se formaba a través de la misma. Fue por ese motivo que la bautizamos como "la puerta del aire", sustantivo no demasiado ingenioso pero que se correspondía plenamente con lo que allí ocurría.

Para las mujeres significó un buen rato de liberación merced a los gritos que estuvieron pegando. Sobra decir que fue un marco ideal para hacer el ganso hasta límites insospechados.

Tras un cuarto de hora largo sintiéndonos como paracaidistas decidimos poner fin a esa visita para poner rumbo a la siguiente parada de nuestra hoja de ruta: el castillo de Berlanga. Sin pararnos a ver la ermita de Gormaz, nos encaminamos hacia el pueblo en el que se encuentra haciendo una única parada... para hacer usufructo de otra gavilla desorientada.
Enseguida empezaría a anochecer y queríamos ver nuestro segundo castillo de la jornada, así que avanzamos rápido pero sin riesgos por carreteras comarcales y en 20 minutos nos plantamos en Berlanga de Duero.
El pueblo nos pareció precioso mientras atravesábamos sus callejuelas aportaladas buscando nuestro objetivo. Cabe destacar de entre el resto la Puerta Aguilera y la Plaza Mayor, aunque no tuvimos mucho tiempo para recrearnos.
De todas formas los esfuerzos cayeron en saco roto al llegar a la puerta del castillo. El personal que organizaba las visitas se encargaba de darnos la gran decepción al informarnos de que llegábamos tarde. Sólo pudimos dar un par de vueltas por los alrededores y ver sus murallas.

Nos volvimos a casa con el chasco de no haber podido entrar pero con el consuelo de pensar en la parrillada que nos íbamos a zampar. Antes de llegar a Aldealseñor, parada en Soria capital a comprar algunas cosas para acompañar la cena.
Esta noche fue bastante más fácil encender el fuego y a medida que la gente se duchaba, la carne iba entrando en la parrilla: panceta, chuletas, chorizo, morcilla,... Lo acompañamos, como tiene que ser, con verduras y con vino. Por fin éramos capaces de ver el fuego y comer lo que tantos días llevábamos soñando. Y todo gracias a las gavillas que todos quisimos recoger ¿verdad chicas?
Completamos la noche con unas copas en casa mientras el equipo de los hombres demostraba su superioridad jugando al mus. Lo mejor de la partida fueron las risas que nos echamos entre todos, los unos ganando y las otras insultando.
Nos fuimos a la cama tarde, pero a sabiendas de que al día siguiente no nos esperaba nadie.

domingo, 9 de mayo de 2010

Comarca de Burgo de Osma: cañón del río Lobos (III)

En nuestro tercer día de viaje conseguimos volver a madrugar, algo que se hacía harto improbable conociéndonos. Pero eran muchas las cosas que queríamos ver y hacer en este fin de semana de 4 días y hicimos un esfuerzo por levantarnos pronto. Es bastante tiempo y queríamos sacarle el mayor partido posible... aunque algunos se habían hecho más amigos de las sábanas que otros.
Fuimos desayunando a medida que bajábamos al salón y enseguida nos pusimos a recoger un poco la casa y empezamos a preparar la comida para llevar. Un par de tortillas de patata, unas verduras a la plancha, embutido y fruta para recuperar energías a medida que se fueran perdiendo ya que no teníamos pensado volver a casa hasta la noche.
El primer destino en la agenda era una ruta a pie por el cañón del río Lobos. Emprendimos la marcha en la furgo por el mismo camino que la jornada anterior parando a comprar pan en el pueblo vecino, Cirujales del Río.
Con los ojos puestos permanentemente en el cielo ante la clara amenaza de lluvia, nos acercamos hasta el parque natural y dejamos el vehículo en el aparcamiento de Cueva Fría. Como en todos estos lugares que se convierten en reservas o similares y que los gobiernos competentes se encargan de promocionar, la afluencia de gente es algo con lo que debes contar. Cuando nos poníamos a preparar las cosas para la caminata ya había mucha gente comenzando el itinerario y otra mucha faltaba por llegar.
Es gracioso ver en estos lugares la disparidad existente en la preparación de la gente para ponerse a caminar. Desde los que cuentan con el mejor material para senderismo o trekking hasta los tacones para ellas o zapatos de punta para ellos. Sin querer menospreciar las decisiones de cada cual, creo que hay momentos y momentos para lucir vestuario y ese no es uno de los que invite a ello.
Comenzamos a andar por la carretera por la que habíamos llegado, pero siguiendo hacia adelante del punto en que habíamos estacionado. La mayor parte del recorrido hasta la Ermita de San Bartolomé se trata de un vial asfaltado sin ninguna dificultad ni técnica ni física, aunque también se puede realizar por un camino o sendero que discurre por el otro lado del río Lobos, más próximo a él. Ya se empieza a ver (de hecho desde antes de ponerse a andar) la belleza de la zona consecuencia de su agresiva orografía llena de repisas y oquedades y que sirve de excelente ecosistema para todas las rapaces que lo pueblan. Águilas, halcones, alimoches, azores y búhos entre otros, que encuentran refugio en el erosionado cañón y que son muy frecuentes de ver.
Rápidamente se recorren los poco más de 2 kilómetros entre sabinas, pinos y encinas hasta la citada ermita, levantada frente a la cueva Grande. En la explanada que se abre al llegar al edificio estuvimos un rato intentando obtener una de las imágenes más recurridas en las postales del cañón del río Lobos. Ciertamente la estampa que se podía obtener estudiando un poco el punto desde el que mirar era impresionante.

En el momento de nuestra visita se encontraba en obras y había andamios y redes en la fachada. Parecían labores de rehabilitación de los paramentos de la ermita que se veía un poco ajada por el paso del tiempo en ciertos puntos de su geometría.

Justo detrás de la ermita se abre la cueva Grande a la que se accede cruzando el río en lo que es la continuación de la ruta marcada para recorrer la totalidad del cañón. Aprovechando la cercanía con la corriente de agua un intrépido integrante del grupo rellenó su bidón con agua directamente del río, lo que desencadenó una serie de acontecimientos agresivos que mejor no relatar en este momento. A los que nos pareció buena idea tomamos un refrescante trago y nos acercamos todos a ver la mencionada cueva.

Realmente el sobrenombre grande se debe a la altura de la entrada ya que solo se puede entrar unos metros en su interior. Sin embargo, es un punto muy visitado y otorga unas vistas curiosas de la ermita desde sus entrañas.
Seguimos un poco más hacia adelante con nuestro camino. Teníamos la arrogante intención de llegar hasta el Puente de los siete ojos del que nos separaban unos seis kilómetros y medio. Mientras íbamos avanzando se conversaba sobre la viabilidad de la caminata y enseguida empezaron a hacerse fuertes los detractores de llegar siquiera a intentarlo. Apenas habíamos recorrido 500 metros desde el primer objetivo y ya nos dábamos la vuelta. Eran las dos de la tarde y la gente empezaba a sufrir los estragos del hambre.
No volvimos directamente al aparcamiento sino que ascendimos hasta El balconcillo. Es un agujero en la roca que se presenta como inmejorable mirador natural y se presta para deleite de los más payasos de cualquier grupo.

A la postre, además de la recompensa visual que obtuvimos al subir, resultó una decisión acertada también en lo tocante a la climatología, ya que empezó a llover con intensidad al poquito de llegar al hueco. Aguantamos allí sentados cómodamente por espacio de 15 minutos, en contra de la idea de las mujeres que defendían a capa y espada la opción de bajar de allí rápido y volver corriendo (o andando) a la furgo. No estoy seguro aún de si han reconocido que los chicos teníamos razón al afirmar que la lluvia se iba a acabar en escasos 10 minutos... como así sucedió.

Es una pena no haber tomado ni una sola fotografía desde allí arriba con la lluvia cayendo sobre el cañón. Se respiraba una paz inmensa que se colaba hacia el pecho al oír poco más que el agua al caer sobre el manto verde. Un manto que se extendía 360º desde nuestra posición y que consigue que los problemas cotidianos sean un mero recuerdo que ni siquiera estás seguro de haber vivido realmente.
Aunque estábamos esperándolo, al escampar la lluvia tuvimos que abandonar ese estado de ensimismamiento particular en el que nos habíamos embarcado cada uno. Emprendimos la vuelta a ritmo vivo para evitar el más que probable siguiente chaparrón, comentando opiniones y pareceres sobre el lugar y discutiendo alegremente sobre el tipo de fauna y flora que se disemina por doquier.
Noemí: tenías razón ;)
Cuando hubimos llegado al parking nos enfrentamos al siguiente problema a salvar: ¿dónde comer? Las perspectivas de que saliera el sol no eran muy buenas por lo que necesitábamos un sitio cubierto donde plantar nuestro comedor. Aunque no todos éramos igual de optimistas, conseguimos dar con un lugar óptimo para el desarrollo de nuestro almuerzo: el portal del Ayuntamiento de Ucero.

Apropiándonos temporalmente de los bancos públicos de la casa consistorial como se ve en la foto, comimos muy a gusto resguardados de la lluvia y en compañía de una perrita que se acercó al olor de la comida. Y no fue la única en hacerlo. Un hombre de mediana edad que pusimos en la piel del alcalde, subió hasta la entrada, miró un cartel en la puerta después de saludarnos y acto seguido se marchó tal como había venido. Minutos antes del suceso y poco después del mismo pudimos observar una cabeza detrás de una cortina en el edificio de enfrente. Quizá a algún vecino le parecía mal que hiciésemos uso del portal de esa manera.
Al final todo quedó en una jornada más de comida en la calle y una jornada más disfrutando y riendo como niños.