sábado, 18 de diciembre de 2010

Parque Natural de Ordesa (y III)

Lunes
Ese día tocaría madrugar otra vez... algunos más que a otros. Y si no que se lo digan a mi compi de cuarto al que desperté una hora antes de lo acordado (y casi hora y media antes que los más perezosos) por un malentendido a la hora de programar la alarma. Un malentendido entre mi móvil y yo, claro está.
El plan de la mañana no era excesivamente ambicioso en lo relativo a esfuerzo físico, pero si se antojaba espectacular en cuanto a las vistas. Aunque no precisábamos mucho tiempo para llevarlo a cabo, teníamos que hacer las maletas para marchar justo después de comer, de ahí el levantarnos a las 8:00 de la mañana... o antes.
Nuestra intención era visitar Tella y hacer una pequeña ruta a pie hasta las ermitas que hay en las proximidades de la Punta d'as Bruixas.
El cielo parecía haberse aliado con nosotros cuando salimos de las casas, pero al poco de emprender la marcha con los coches, comenzamos a ver lo que realmente nos aguardaba.

Aunque la imagen era preciosa, las expectativas de encontrar tiempo favorable desaparecían velozmente.

A medida que íbamos ganando altura para superar los más de 600 metros de desnivel para llegar al pueblo, más claro lo teníamos, o mejor dicho, más oscuro. Como resultado de la ascensión conseguimos poco más que un lavado natural de los vehículos. Apenas anduvimos 10 minutos entre los primeros edificios de la villa antes de desistir y volver a bajar en busca de una climatología más amable, como la que habíamos dejado atrás y hacia la que volvíamos.

Lo más lógico, y lo más rápido dado que no contábamos con demasiado tiempo, era volver a Aínsa y ver los detalles que la oscuridad de la noche anterior no nos había dejado apreciar.
Dejamos los coches en el parking del castillo y acometimos la visita en dirección opuesta a la de la ocasión precedente.

Anduvimos por el interior de esta fortificación románica del siglo XI y recorrimos su perímetro por la parte alta de sus murallas. Desde esa altura las vistas sobre la parte más nueva de la ciudad aportarían una clara ventaja estratégica en la época en que fue construido.

Apostados en el otro lado del castillo, observamos la tormenta a lo lejos y los colores que producía la lluvia al paso de la luz por sus millones de gotas.

Lo recorrimos entero, conociendo todos sus rincones y observando todos sus detalles. Intentando comprender la vida entre esas paredes en los tiempos en que fue algo más que una mera atracción turística.

Después de un buen rato imaginando y cuando ya empezaba a mojarnos la lluvia que se acercaba, nos acercamos a la plaza a tomar algo antes de irnos a comer.

Fue un refrigerio rápido a la espera de que escampara y que nos hubiera gustado poder prolongar de forma indefinida, dando continuidad a unas buenas minivacaciones. Pero todo tiene un final y al rato nos levantamos de las sillas y paseamos lentamente por las calles de vuelta a los coches.

Mientras hacíamos las maletas y recogíamos todos los trastos que habíamos llevado, Carlos nos preparó una comida digna de mención: unos macarrones con tomate para chuparse los dedos.
Sería la guinda para un fin de semana en el que hubo mucho que disfrutar.

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